TALLER DE AGROFORESTERÍA


Desde el grupo de agroforestería nos convocamos para seguir aprendiendo de los árboles que crecen entre nuestros cultivos.

Aunque pueda parecer increíble, la agroforestería fue algo que empezó en la remota aldea yan. Ya por entonces se descubrió la necesidad de convertir la avaricia que dominaba el planeta en armonía. Parece mentira, pero la avaricia fue el germen de la armonía de nuestra aldea.

Muchos de la aldea yan repetían constantemente el sabio dicho: “la avaricia rompe el saco”. Y terminaron teniendo razón: finalmente el saco se rompió. Por aquellos que no quisieron creer lo que la madre naturaleza estaba susurrando a gritos: “los árboles no compiten con vuestros cultivos, sino que los complementan”. El error llevó a tal deforestación que tuvieron que temer el repentino y excesivo avance del desierto. Pero la especie humana es resiliente. Se aprendió del error. Aprendimos a vivir de otra manera. Aprendimos de los árboles.

Había una unidad mundial de naciones organizadas que empezó a impulsar esta forma de suministrar alimentos a nuestra pasada especie. Expertos de aquella época viajaron a paisajes donde ya casi no había árboles. Países deforestados, los llamaban. Allí empezó todo: entre pequeños matorrales capaces de crecer sin apenas agua; entre tierra dura, seca y resquebrajada por donde paseaban animales esqueléticos. “Donde queda un árbol, queda esperanza, por pequeño que el árbol sea”, decían los expertos.

Aquellos primeros expertos exploraban lugares en desertización para diseñar sistemas agroforestales, donde cultivos y árboles crecieran armónicos. Querían evitar el avance del desierto que amenazaba el aumento de las hambrunas. Aún no sabían que estaban contribuyendo a uno de los gérmenes de nuestra aldea, aventajada con tecnologías que, por aquella época, sólo eran accesibles para minorías que vivían aisladas en mundos secretos.

Aquellos sistemas agroforestales se empezaban a utilizar en diversas partes del mundo. Y hoy, nosotros, sabemos adaptarlos sin dificultad a diferentes paisajes.

Ya entonces se hicieron cosas de lo más variopinto. La plantación de árboles entre cultivos, que tanto sorprendió y escandalizó a los antiguos cultivadores, funcionaba. Se avanzó en la mejora de los barbechos. También se cultivaba en vertical y casero: lo llamaban “crecimiento estratificado en vertical”. Aprovechaban terrenos que antes sólo se dedicaban al tráfico rodado. Se hablaba de seguridad alimentaria. Se plantaban rompe-vientos. Se investigaba en robótica e inteligencia artificial aplicadas al cultivo.

Ayudaron a las abejar a volver a sus árboles. Los sembrados crecían fuertes contra las plagas. El agua se conservaba cada vez más espontáneamente. Se hacían amigos intercambiando plántulas de viveros propios y comunes. Coleccionaban semillas y plantas silvestres para la repoblación… Así se convirtieron en una especie de maestros restauradores de bosques y paisajes. Y sus animales crecían más sanos y menos esqueléticos entre estos entornos biodiversos.

Así, una zona llamada Uganda, que había sido escenario de crueles batallas, se convirtió en un bosque lleno de vida y paz.

La tierra aprendió de la resiliencia humana para devolver la alegría a sus paisajes, a las aves que volvían a nacer entre sus árboles, devolviéndonos la esperanza.

El agua se volvía buena, y eso se notaba en el dibujo de sus cristales: mandalas que rodaban optimistas en sus simetrías.

En otra zona que llamaban Colombia, pastores guiaban a su ganado, en una reserva natural rebosante de plantas silvestres creciendo en equilibrio con sus animales.

En otro lugar, que se hacía llamar Kenia, árboles, cultivo y ganado complementaban su desarrollo en un sistema agroforestal mixto.

En la antigua Etiopía, las familias, vestidas con coloridos tejidos, sembraban árboles de aguacates.

En lo que se conocía como Camboya, unos lugareños, sonriendo, sembraban plantitas de Barringtonia sobre bosques comunitarios.

Muchos horizontes monocromáticos se convirtieron en policromáticos, recuperando su contraste de colores, cuando se dejó a un lado el monocultivo para dejar paso al policultivo en favor de la biodiversidad.

Descubrimos que los intereses comerciales no eran tan interesantes como creíamos. Y nuestro bienestar dependía del bienestar de esa naturaleza que nos proveía de lo que verdaderamente necesitábamos.

Aprendimos a enseñar lo que aprendíamos, porque lo que era bueno para uno era bueno para todos.

Aprendimos tanto de los árboles que conseguimos su alianza para un mismo fin, más allá de la supervivencia.

Árboles, ganado, pastos y tierra se complementaban y sostenían, diversificando una producción que se retroalimentaba, creando microclimas ricos en nutrientes.

Con estos sistemas se podían conseguir productos más diversos en superficies menos extensas. No necesitábamos ser grandes cultivadores para vivir. No necesitábamos recoger más de lo que necesitábamos. Y así somos ahora, descendientes, la mayoría de nosotros: pequeños cultivadores. En continuo aprendizaje sobre el equilibrio necesario entre productividad y diversidad. Alumnos aventajados con una tecnología altamente accesible para todas, y una naturaleza de nuestro lado en cooperación, fuera de toda competencia.

Hoy, en nuestra aldea, la calidad ha vencido sobre la cantidad: ésta es la ventaja base en nuestro taller de agroforestería.

Referencias:

www.lafertilidaddelatierra.com
http://www.fao.org

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