GORRIONES MADRES DE GURRIATOS, EN NUESTRA ALDEA


Hace tiempo, no recuerdo si mucho o poco, en la pasada aldea yan, los gorriones fueron una especie en peligro de extinción. Y es que allí cada humano iba a lo suyo, a pesar de que cada dos por tres nombraban “aves del año” a los gorriones que, enfermos y debilitados, viviendo en un mundo loco de competencia y prisas sin sentido, seguían cayendo fulminados por el miedo y el estrés, que parecía contagiarse desde los humanos a las pequeñas aves. Las fumigaciones descontroladas con pesticidas tóxicos en la antigua agricultura intensiva, la polución que invadía los aires y las aguas, y la falta de alimento, estuvieron a punto de extinguirlo a los pequeños gorriones. Se quedaron sin espacio. Gracias a que unos pocos sobrevivieron y llegaron hasta nuestra aldea, donde enseguida se reanimaron, y volvieron a disfrutar de sus alas y de su libertad, entre nuestros árboles, y entre los recovecos de nuestros monumentos preparados para que los predadores no puedan acceder.


Disfrutamos de nuestras horas mirando sus vuelos, las entradas y salidas a sus nidos en los recovecos, los bocados que les llevan a sus crías... Cerramos los ojos y escuchamos sus cantos, escuchamos a los gurriatos cuando llaman a sus madres, y escuchamos a las madres gorrionas buscando al pequeño alado con plumas cuando intenta sus primeros vuelos.

Y así, observándoles, hemos aprendido que un gorrión tarda aproximadamente 1 mes en atreverse a su primer vuelo desde que nace como huevo. Los gorriones forman parejas fieles, para el amor y para sus crías. La mamá gorriona incuba sus huevos 2 semanas. Las 2 semanas siguientes, papá gorrión ayudará a mamá gorriona alimentando a sus polluelos. Pasadas estas cuatro semanas, podremos ver a los gurriatos volando detrás de sus padres, pidíendoles alimento, hasta que aprenden a seguir solos, y forman sus pandillas de gorriones voladores novatos hacia el emparejamiento.

Investigando en nuestra biblioteca, descubrimos que:

• Los antiguos humanos consideraban al gorrión como un símbolo de su diosa Afrodita del amor, pues tiraban de su carro divino.
• En aquel lugar de la aldea yan que llamaban China, los confundieron con una plaga a la que aniquilar, y luego, sin gorriones, lo que tuvieron fueron verdaderas plagas de langostas que antes alimentaban a los pájaros.
• En el lugar que llamaban Londres, un mal día los gorriones dejaron de verse, y muchos de sus habitantes ni se dieron cuenta. Más tarde, cuando los que iban a lo suyo, con estreś y prisas, se dieron cuenta, tampoco pareció importarles demasiado.

Nos gustan los gorriones porque no dejan que algunos insectos lleguen a ser plagas: los convierten antes en su manjar. Ellos disfrutan y nosotros también. Por eso les regalamos comida de nuestros viveros. Aunque luego ellos, libres por el campo libre, juegan con el polen y las semillas, germinando la nueva vida vegetal salvaje. Como aves brujas, comen algunas hierbas regenerantes y curativas que sólo ellos saben encontrar para ellos. Se bañan en las charcas ahuecando sus plumas entre las tierras. Los machos buscan pareja hinchando pecho, abriendo alas y meneando la cola. Y las hembras eligen al padre de sus futuros gurriatos. Por ese lado salvaje conectan con su naturaleza alada. Y cuando vuelven con nosotros les saludamos, porque parecen entendernos, y se nos vuelven a pasar las horas mirándoles. Nos gusta verlos en nuestros monumentos, que han hecho suyos.

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