Cuentan las leyendas de la antigua China, sobre otra leyenda que llegó a Japón: Erase que se era: tres monitas sagradas, sabias y místicas, que vivían con las diosas, de nombres: Kikazaru, Mizaru e Iwazaru. Cada mona fue agraciada con una virtud a favor de sus limitaciones. Kikazaru era sorda, y tenía un gran sentido de la vista. Por eso los dioses encomendaron a Kikazaru la misión de observar los peores actos que los humanos eran capaces de hacer. Mizaru era ciega, con labores de mediadora y comunicadora. Por eso, su misión era revelar a la mona Iwazaru los actos humanos deleznables que Kikazaru observaba. Iwazaru, que era muda, recibía las labores de Mizaru, para luego legislar y vigilar la ejecución de los castigos que las diosas ordenarían contra las maldades humanas. Cuando las tres monas sabias terminaron esta misión divina, quedaron inmortalizadas en un templo japonés, vigilando el sueño eterno del Shogun, por si éste sufría algún desvelo.